14 de marzo 2014 ·
Tus palabras son hermosas, independientemente del juego que ocupen en el mar de los diálogos. Suenan como jadeantes secretos al oído, son trinos madrugadores en la intensidad de la noche, envuelven mi cuerpo cual cobija en el invierno. No necesito escucharlas porque ya las adivino, son el portal de lo sublime. No dejes de pronunciar ese sermón que será mi evangelio, ni permitas que se pierdan en el secreto de tu alma que habrías matado al hijo procreado de mi imaginación. Haces como la música a los oídos en las frases más dulces de un buen postre, así que culmina dándole a mi vida la nieve para su montaña y el agua para su cultivo. Y si esas palabras las plasmas en un libro, tomaré de él la biblia sagrada de mi vida hasta alcanzar la eternidad de mi alma contigo.
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