Sucedió en
los mismos años que la Revolución Mexicana, un escritor llamado Esteban del
Carmen Solís y otro de nombre Horacio Montesinos. El primero vivió en la
serranía de Hidalgo, en colindancia con Puebla y el otro en la costa de Guerrero,
cerca del puerto de Acapulco, apenas convertido en un pequeño conjunto de
chozas de pescadores. Ambos, sin conocerse, se pusieron a escribir un cuento,
inspirado en sus vivencias. Esteban tendría unos 50 años de edad, mientras que
Horacio no tenía ni la mitad.
Esteban
estaba casado, Horacio sólo se había juntado. El primero vivía en un pueblo más
o menos grande, de joviales colores pintaba sus calles, el segundo entre
adustas chozas impasibles al tiempo. Esteban narraba las difíciles condiciones
de un dictador engañado por sus propios aristócratas, un Porfirio Díaz viejo,
pero férreo en sus ideales. Deseoso de continuar dirigiendo los destinos del
pueblo mexicano, porque siente que él es el único capaz de hacerlo. Y sus
instrucciones como Presidente son muchas veces ignoradas por su equipo, que le
considera decrépito, inútil para conducir el país en sus ya entrados años de
senectud y que rigen a su modo el destino de un pueblo empobrecido y molesto
con la dictadura de más de 30 años de duración. Horacio también. Usando las
mismas palabras, el mismo lugar de las comas. La insuperable coincidencia con el
autor a quien parecía plagiar. No era así. Proveniente de algún lugar de las
estrellas llegó una nube que se dividió en dos y se repartió por el arduo
territorio del país en ebullición. Se inspiraron igual, se desconocían. El primero imaginó la ceja de su esposa levantando un balde de agua,
el segundo se inspiró en un amigo que le visitó desde la capital. El primero
describió la enorme sala presidencial enmarcada por el enorme escritorio de
cedro porque estuvo ahí; el segundo lo imaginó, sin haber estado en un lugar
parecido, magnificando la oficina de un viejo sastre en la ciudad de Iguala que
visitó tiempo atrás.
Los gritos
del Presidente según Esteban, los narró coincidiendo los recuerdos de un viejo
artesano al regañar a su hijo, los gritos del Presidente según Horacio se
parecían a un maestro de escuela de su niñez. Pero ambos describieron las
estridentes diatribas dirigidas a un mismo número de aristócratas que le
informaban el levantamiento de unos cuantos rebeldes en el norte del país. La
desesperación parecía duplicada en ambos escritos. La publicación fue idéntica
en todas sus letras. ¿Cómo podía ser aquella extravagante coincidencia? ¿Es
acaso posible tal virtud? Lo cierto es que Esteban y Horacio, los escritores de
la Revolución, no fueron descubiertos sino hasta pasados los años 30, en
igualdad de circunstancias en disímiles ciudades y republicados por diferentes
diarios el mismo día. Y, tras ser publicados en diarios locales, tratando de
recuperar las memorias de la historia revolucionaria, nadie notó la
coincidencia.
Hace pocos
días, tras un fecundo análisis de la etapa revolucionaria, un par de
estudiantes se encontraron por fin con el duplicado escrito. No creyendo en la
coincidencia de tales palabras, se dieron a la tarea de indagar su origen. ¿Era
un juego creado por algún bromista histórico? Y siguiendo las pistas de cada
escritor, hallaron una carta, una nimia coincidencia que podía haber fraguado una
impostora de la duplicidad. La esposa de Esteban viajó a Guerrero, quizá al
mismo tiempo que la inspiración convertida en escritos. Eso no probaba nada. No
se hallaban pistas para comprender si ella hizo el cambio de papeles o dejó en
manos del costeño una copia de los apuntes de su marido. Y los estudiantes de
la UNAM, deseosos de encontrar los cadáveres de los escritores para que
hablaran y se desnudaran ante los anales de la historia. Para su enorme
sorpresa, encontraron muchas otras coincidencias de vida. La autobiografía de
Horacio indicaba que nació en diciembre, el día primero. Lo mismo que la
póstuma biografía de Esteban redactada por uno de sus alumnos. Ambos se
decidieron a estudiar derecho en la universidad. Esteban con facilidad, Horacio
con dificultades enormes, teniendo que abandonar su casa en la adolescencia
para vivir en Iguala y poder asistir a sus clases particulares con un tío que
le preparó por años para aprobar los difíciles exámenes de la Escuela Superior
de Derecho. Ambos abandonaron sus estudios meses antes de terminar sus
carreras. Los dos coincidían en amar a una mujer de nombre María Isabel y los
dos engendraron sólo un hijo. Ambos vástagos eran varones. Y aunque diferían en
años, ambos perdieron a sus hijos en un parque, de quienes nunca se supo su
paradero.
El dilema
es grande. ¿Pueden dos escritores ser tan distintos y crear dos escritos
idénticos? Los estudiantes de la UNAM se sorprendieron al saber, por medio de
una carta guardada por un obispo de Pachuca de aquella época y almacenada en un
compendio eclesiástico que celosamente protegía el Arzobispado de aquella
ciudad; misiva escrita por una mujer de nombre María Isabel. Los estudiantes la
leyeron estupefactos. Esteban había tenido a su hijo en 1885, pero no era hijo
de María Isabel. A ella la conoció después. Y ella no pudo darle otro hijo. La
primera mujer de Esteban había casado con un aristócrata de Díaz. Los encontró.
María Isabel entonces se llevó a su hijastro a la costa de Guerrero con unos
parientes. Horacio era entonces hijo de Esteban. ¿Entonces los escritos eran
iguales por que un padre y un hijo tienen los mismos genes o se trataba de una
argucia tendida por María Isabel, la esposa de Esteban y madrastra de Horacio? ¿Ella
había tramado la duplicación de aquella inspiración? Cosa que a los estudiantes
de la UNAM les parecía más probable. Pero nada explicaba el hecho de tantas
coincidencias, como tener mujeres del mismo nombre, de haber nacido el mismo
día del año, de haberse publicado en 1933, el 1 de diciembre curiosamente, los
dos escritos en distintas ciudades y periódicos.
Siguieron
internándose en las averiguaciones y apenas ayer dieron con el secreto. No
están muy seguros de publicar su descubrimiento porque se han enterado que en
la Universidad Autónoma de Pachuca hay un doctorado en curso que ha anunciado
la tesis de su ponente: “La curiosa coincidencia de los escritos de Esteban
Solís y Horacio Montesinos en la época revolucionaria”. Por lo que han partido
de inmediato a visitar al candidato. Han pasado la noche en vela discutiendo
con él sus descubrimientos y se han topado con la misma hipótesis que tienen ellos.
Los mismos puntos, las mismas comas y un par de hijos secuestrados de pequeños
que aparecieron con el estudio ayer por Pachuca. Tampoco sabían que eran
hermanos.
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