Joe Barcala
29 de diciembre
CUENTO PROPIO: HISTORIA INMORTAL parte 1
Antes de encontrar el manuscrito viajamos por toda la cuenca del Amazonas, sin percatarnos que detrás venían los terribles cazadores del gobierno de Estados Unidos. Su camuflaje era realmente bueno. Después de empacar baúles y compases, abordamos el navío, primero al norte, y luego, cuando nos dimos cuenta del acorralamiento, intentamos huir al sur. El brigadier Rosenthal que comandaba el buque sintió que no quedaba más remedio que rendirse o todos moriríamos. Le pedí de favor que desembarcara a mi equipo tras una ensenada antes de entregarse algunas millas después. Preparamos el desalojo y cuando tuvimos la oportunidad nos aventamos al agua, cerca de la orilla, procurando internarnos de forma inmediata en la selva. Los peligros eran inmensos, pero teníamos la gloriosa fortuna del tesoro, ese poder nos pertenecía. Y en un abrir y cerrar de ojos los helicópteros americanos rondaban nuestras cabezas. Sabíamos que no sería fácil pero intentamos despistar nuestras huellas en diversas afluentes y finalmente los dejamos atrás. Ahora corríamos peligro de muerte porque dos de mis hombres estaban malheridos y nos encontrábamos en la selva más grande y peligrosa del planeta. Hicimos nuestra primera noche bajo un claro, entre cuatro difíciles fogatas humeantes y las apagamos poco antes de amanecer. Recorrimos muchos kilómetros y desembocamos, todo a pie, nuevamente en el Amazonas. Antes que otra cosa sucediera, me di a la tarea de descifrar parte del escrito que alguna vez fue robado a los líderes Cotima de la aldea de Fontes, y que también perteneció a un Militar español en tiempos de la conquista. Señalaba, de forma extraña y codificada, las minas del pueblo de Machu Pichu, en el Perú actual. No eran falsas, fue mi primera impresión. Quizá podían estar equivocadas, o ser imprecisas, y fallar por cientos de kilómetros tal vez, pero eran auténticas; ¿acaso un manuscrito así podía descubrir el misterio más preciado de la antigüedad en la región entera del continente sudafricano? Y memoricé el mapa y varios apuntes que le acompañaban. No fuera a ser que los americanos nos tomaran por sorpresa y nos viéramos en la penosa necesidad de destruirlos, antes que dejar en sus manos el tesoro. Aréchiga, mi primer comandante, opinó que sería mejor permanecer unos días escondidos en la selva, cerca del río, avanzando al sur. Yo pensé que no teníamos salida. Los americanos nos seguirían los pasos muy de cerca y usando tecnología y recursos; de cualquier modo contaban con la anuencia de los brasileños para compartir con ellos el botín que de ninguna manera pensábamos facilitarles. Me preocupaba, empero, mi gente: rudos y valientes, no quitaba que tuvieran hambre, sufrieran calambres de humedad por las noche y sus heridas no sanaran por la falta de reposo. Al tiempo que todos ellos disfrutaban los virginales paisajes diurnos y nocturnos cantando y echando a volar su imaginación cuando finalmente se nos nombrara héroes nacionales del Perú y degustar los banquetes, la fama y la fortuna de un hallazgo centenario.
Joe Barcala
Ingresa al blog de facebook (en la imagen) y dale "Me gusta" para recibir los siguientes fragmentos que se publicarán cada semana. La historia se va a escribir en episodios, así que puedes influir en ella. Comenta y participa. Gracias.
Antes de encontrar el manuscrito viajamos por toda la cuenca del Amazonas, sin percatarnos que detrás venían los terribles cazadores del gobierno de Estados Unidos. Su camuflaje era realmente bueno. Después de empacar baúles y compases, abordamos el navío, primero al norte, y luego, cuando nos dimos cuenta del acorralamiento, intentamos huir al sur. El brigadier Rosenthal que comandaba el buque sintió que no quedaba más remedio que rendirse o todos moriríamos. Le pedí de favor que desembarcara a mi equipo tras una ensenada antes de entregarse algunas millas después. Preparamos el desalojo y cuando tuvimos la oportunidad nos aventamos al agua, cerca de la orilla, procurando internarnos de forma inmediata en la selva. Los peligros eran inmensos, pero teníamos la gloriosa fortuna del tesoro, ese poder nos pertenecía. Y en un abrir y cerrar de ojos los helicópteros americanos rondaban nuestras cabezas. Sabíamos que no sería fácil pero intentamos despistar nuestras huellas en diversas afluentes y finalmente los dejamos atrás. Ahora corríamos peligro de muerte porque dos de mis hombres estaban malheridos y nos encontrábamos en la selva más grande y peligrosa del planeta. Hicimos nuestra primera noche bajo un claro, entre cuatro difíciles fogatas humeantes y las apagamos poco antes de amanecer. Recorrimos muchos kilómetros y desembocamos, todo a pie, nuevamente en el Amazonas. Antes que otra cosa sucediera, me di a la tarea de descifrar parte del escrito que alguna vez fue robado a los líderes Cotima de la aldea de Fontes, y que también perteneció a un Militar español en tiempos de la conquista. Señalaba, de forma extraña y codificada, las minas del pueblo de Machu Pichu, en el Perú actual. No eran falsas, fue mi primera impresión. Quizá podían estar equivocadas, o ser imprecisas, y fallar por cientos de kilómetros tal vez, pero eran auténticas; ¿acaso un manuscrito así podía descubrir el misterio más preciado de la antigüedad en la región entera del continente sudafricano? Y memoricé el mapa y varios apuntes que le acompañaban. No fuera a ser que los americanos nos tomaran por sorpresa y nos viéramos en la penosa necesidad de destruirlos, antes que dejar en sus manos el tesoro. Aréchiga, mi primer comandante, opinó que sería mejor permanecer unos días escondidos en la selva, cerca del río, avanzando al sur. Yo pensé que no teníamos salida. Los americanos nos seguirían los pasos muy de cerca y usando tecnología y recursos; de cualquier modo contaban con la anuencia de los brasileños para compartir con ellos el botín que de ninguna manera pensábamos facilitarles. Me preocupaba, empero, mi gente: rudos y valientes, no quitaba que tuvieran hambre, sufrieran calambres de humedad por las noche y sus heridas no sanaran por la falta de reposo. Al tiempo que todos ellos disfrutaban los virginales paisajes diurnos y nocturnos cantando y echando a volar su imaginación cuando finalmente se nos nombrara héroes nacionales del Perú y degustar los banquetes, la fama y la fortuna de un hallazgo centenario.
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CUENTO PROPIO: HISTORIA INMORTAL parte 2
Parte de los documentos que acompañaban al manuscrito que encontramos en una muy breve zona arqueológica del monumental Amazonas eran apuntes del propio Militar Español quien, a manera de diario, explicaba parte de los infortunios que vivió en su primera expedición a lo que la otra parte de los documentos que acompañaban al mismo manuscrito, dibujos y croquis de las minas del pueblo de Machu Picchu. Y, finalmente, el manuscrito, parecía ser una orden gubernamental del pueblo, parte de la esplendorosa cultura inca. Dicha orden, aparentemente, indicaba resguardar el tesoro, sabiendo que los españoles junto con los portugueses, habiendo conquistado ya gran parte del continente, con su metodología poco ortodoxa de arrebatar cuantas riquezas vieran a su paso; y uno de los líderes que el manuscrito signaba como Cutchacuti, heredero en línea directa del gran guerrero Pachacuti, quien ordenó construir la ciudad alrededor del año 1438.
Según esos registros, en una cueva ubicada en la ladera de la enorme peña que sostiene a la mística ciudad del Machu Picchu, se guardó uno de los más grandes tesoros del pueblo inca, acumulado a lo largo de muchas generaciones. Pero mis dudas seguían siendo muchas. El descubridor de la ciudad sagrada fue Hiram Bingham en 1911 y él mismo, al morir, había dejado en poder de la universidad de Princeton, donde realizó sus últimos estudios de doctorado, cientos de apuntes de sus descubrimientos, entre otros, ese, el manuscrito que tenía en mis manos y que nos abría la puerta a otro de los grandes descubrimientos de la historia moderna: el tesoro de los incas.
Nuestra tercera mañana huyendo del grupo de americanos con sus helicópteros vimos con sorpresa el buque del brigadier Rosenthal, que nos había salvado del asalto. Mi gente estaba sumamente hambrienta. Para qué negarlo, yo también. Rosenthal era en realidad nuestra salvación, pero podía ser una carnada, por lo que tuvimos que dejarlo ir sin descubrirnos. Sin un plan concreto, en pocos días podríamos morir de hambre, pero mi primer comandante, Saúl Aréchiga, junto con otro de mis oficiales, mientras nos escondíamos del buque de Rosenthal, se hicieron de dos peces en la boca de una ensenada. Gracias a la facilidad con la que pudieron agarrarlos con las manos, nos dimos a la tarea de satisfacer nuestro apetito feroz por toda la tarde. Esa noche descansamos tan bien, que al día siguiente, el cuarto desde que hallamos el manuscrito, recorrimos tres veces más que en toda la travesía. Finalmente pudimos llegar a Manacapuru, en pleno centro de Brasil, pero ya era muy noche. Gracias a la luz que la ciudad nos brindaba desde varios kilómetros antes, fue que pudimos dar con ella. Desgraciadamente también era peligroso estar ahí.
CUENTO PROPIO: HISTORIA INMORTAL Parte 3
Manacapuru me sedujo, aunque no más que el manuscrito que encontramos; sus folclóricos habitantes son en cierto modo inocentes, divertidos y hasta promiscuos; bien, está claro que no todos. Debido a que aparece por ahí mucho turismo, nos fue fácil mezclarnos entre la gente para no ser detectados por los estadounidenses. De verdad que nos hallábamos tan lejos de llegar a nuestro destino y que los mal llamados americanos no dejarían perder la oportunidad de saquear el tesoro de los incas, que me preocupaba sobremanera para que mi gente no bajara la guardia. Arechiga, sin embargo, creía que yo exageraba un poco mis temores, especialmente cuando pudimos llegar a Manacapuru. Para él era una muestra de nuestra inmunidad ante la inteligencia de nuestros cercanos perseguidores. Aprovechamos el día siguiente a nuestra llegada para fotocopiar los documentos y resguardarlos en un sitio cercano al pueblo, bajo piedras y dentro de bolsas plásticas resistentes. Comimos todo lo que pudimos, nos aseamos y descansamos en un hotel. Atendimos a los heridos en una clínica y nos dispusimos a desaparecer en la madrugada siguiente. No era conveniente mantenernos unidos por lo que requeríamos mandar recados de un grupo a otro. Finalmente nos hallábamos de nuevo en camino, sorteando los peligros de la selva y resguardando los documentos y el manuscrito. No había caido la tarde cuando uno de mis hombres a quien apodaban el león se desmayó. Poco antes de desvanecerse, sus compañeros más cercanos lo vieron quejarse de un salpullido en la entrepierna. En cuanto lo vi supuse que era el primer brote de un herpes. Unas ampollas le asomaban y también empezaba a notarse en su boca. Después de charlar un poco con sus amigos, pude darme cuenta que los muy tontos habían aprovechado la noche anterior para escaparse con mujeres del pueblo. El calor y la humedad hicieron el resto. Entonces notamos que necesitábamos antibióticos. Dado que dos de ellos también tenían pequeños brotes, nuestro suministro no sería suficiente. Iba a ser más conveniente regresar que continuar la travesía, porque nos faltaban muchos kilómetros por recorrer antes de alcanzar otro pueblo. Recuerdo que me desmotivé muchísimo. Eran al menos, dos días perdidos. Machu Pichu y nuestra gloria tendrían que esperar. Pero decidí que debido a la distracción, los americanos no tendrían ya los ojos puestos en Manacapuru y podíamos continuar nuestro viaje en balsas. Una vez que nuestros traviesos amigos fueron atendidos adecuadamente, nos avocamos a contratar las balsas y descubrimos a un niño, de tal vez unos once años de edad, ayudante de su padre en el negocio de los paseos para turistas, que llevaba colgado en el cuello con un hilo un hueso muy antiguo, tallado con uno de los símbolos más recurrentes del manuscrito de los incas que teníamos. Conseguimos ahí mismo a un intérprete, porque nos nuestros se hallaban en la clínica, y el niño nos acompañó a una taberna para mostrarnos la más fascinante colección de objetos precolombinos que había visto en mi larga carrera como arqueólogo. La cabaña donde un par de hombres bebían en una mesa al rincón, sólo era atendida por su propietario. Las cuatro paredes mostraban piezas fantásticas, piedras talladas, vasijas, herramientas rudimentarias, ídolos y demás. Después de una larga conversación atropellada por la traducción, supimos que aquel hombre había pasado varios años visitando un pueblo antiguo abandonado al noroeste de Manacapuru. ¡Adiós a las balsas! Buscaríamos aquel sitio, ya saqueado por el tabernero y su familia, en busca de más historia antigua de los descendientes incas.
CUENTO PROPIO: HISTORIA INMORTAL parte 4
Vea las primeras 3 partes en el blog. Vea la imagen.
Sólo tres de nosotros nos encaminamos a la aldea abandonada que nos indicó el tabernero. Las ruinas eran una enorme maleza pero pudimos ingresar. De una cosa podía estar seguro: ningún arqueólogo había llegado ahí antes. Vimos cualquier cantidad de vestigios que hablaban de una antigua comunidad precolombina semidestrozada pero intacta. El saqueo que el tabernero realizó dejaba un gran vacío en diferentes partes pero el hombre nos dejó lo mejor: las más exquisitas figuras, pinturas en las rocas, lienzos de tela y mucho más. Hallamos incluso joyas de obsidiana y jade. Aréchiga constantemente me miraba como diciendo: ¿qué hacemos? ¿Llamamos a los medios internacionales? ¿A la universidad? ¿Lo saqueamos para que pertenezca al Perú? Eran las mismas preguntas que yo me hacía. No sabía en realidad qué plan tomar.
Decidí pasar un día más en Maracapuru para pensar bien en las posibilidades que teníamos. Sabía que con este descubrimiento teníamos más de lo esperado; incluso bastaba con él para saltar a la historia. Sin embargo, debido al peligro que corríamos de perder el gran tesoro de los incas, decidimos partir hacia Perú, con los documentos hallados seis días antes. Nuestra expedición se complicó demasiado por la persecución de los americanos y estaba en riesgo su integridad; más que los gobiernos peruanos no verían con buenos ojos la intromisión de arqueólogos de ese otro bando.
Contratamos tres balsas y salimos en distintos momentos. Me apunte en la que iba en medio de las tres. Me correspondió viajar con el muchacho adolescente que aun colgaba en su cuello el hueso con el símbolo prehispánico y con los dos compañeros más enfermos. Uno de ellos era traductor del idioma y pudimos entender al chico, que venía platicando con un par de señoras turistas de nuestra balsa. Explicaba que internándose un día hacia la derecha del río se encontraba un templo religioso construido por los portugueses cuando llegaron a conquistar esas tierras quinientos años antes. En ese lugar, a la fecha, se han realizado sacrificios humanos que iniciaron docientos años atrás los pobladores de la zona. Ni el gobierno brasileño ha podido frenar esas terribles tradiciones. Las mujeres estaban horrorizadas con la leyenda del chico y nosotros no nos dejamos seducir por su dramatización; por el contrario, nos divertimos viendo cómo el jovencito hacia su labor de guía de turistas. Más adelante, bajo un enorme sauce, les hizo ver un gran número de rostros como el de Maradona y el del ex-presidente Lula o la Dama de Hierro; las mujeres se alegraban de encontrar el parecido en la corteza del enorme sauce. Incluso les mostró la cara de una llama andina.
Avanzamos aproximadamente unos cincuenta kilómetros cuando finalmente llegó la hora de desembarcar. Era otro pueblo del que no conocíamos su nombre, luego averiguamos que se trataba de Manaus. donde finalmente pudimos comprar un boleto de avión al Perú.
Vea las primeras 3 partes en el blog. Vea la imagen.
Sólo tres de nosotros nos encaminamos a la aldea abandonada que nos indicó el tabernero. Las ruinas eran una enorme maleza pero pudimos ingresar. De una cosa podía estar seguro: ningún arqueólogo había llegado ahí antes. Vimos cualquier cantidad de vestigios que hablaban de una antigua comunidad precolombina semidestrozada pero intacta. El saqueo que el tabernero realizó dejaba un gran vacío en diferentes partes pero el hombre nos dejó lo mejor: las más exquisitas figuras, pinturas en las rocas, lienzos de tela y mucho más. Hallamos incluso joyas de obsidiana y jade. Aréchiga constantemente me miraba como diciendo: ¿qué hacemos? ¿Llamamos a los medios internacionales? ¿A la universidad? ¿Lo saqueamos para que pertenezca al Perú? Eran las mismas preguntas que yo me hacía. No sabía en realidad qué plan tomar.
Decidí pasar un día más en Maracapuru para pensar bien en las posibilidades que teníamos. Sabía que con este descubrimiento teníamos más de lo esperado; incluso bastaba con él para saltar a la historia. Sin embargo, debido al peligro que corríamos de perder el gran tesoro de los incas, decidimos partir hacia Perú, con los documentos hallados seis días antes. Nuestra expedición se complicó demasiado por la persecución de los americanos y estaba en riesgo su integridad; más que los gobiernos peruanos no verían con buenos ojos la intromisión de arqueólogos de ese otro bando.
Contratamos tres balsas y salimos en distintos momentos. Me apunte en la que iba en medio de las tres. Me correspondió viajar con el muchacho adolescente que aun colgaba en su cuello el hueso con el símbolo prehispánico y con los dos compañeros más enfermos. Uno de ellos era traductor del idioma y pudimos entender al chico, que venía platicando con un par de señoras turistas de nuestra balsa. Explicaba que internándose un día hacia la derecha del río se encontraba un templo religioso construido por los portugueses cuando llegaron a conquistar esas tierras quinientos años antes. En ese lugar, a la fecha, se han realizado sacrificios humanos que iniciaron docientos años atrás los pobladores de la zona. Ni el gobierno brasileño ha podido frenar esas terribles tradiciones. Las mujeres estaban horrorizadas con la leyenda del chico y nosotros no nos dejamos seducir por su dramatización; por el contrario, nos divertimos viendo cómo el jovencito hacia su labor de guía de turistas. Más adelante, bajo un enorme sauce, les hizo ver un gran número de rostros como el de Maradona y el del ex-presidente Lula o la Dama de Hierro; las mujeres se alegraban de encontrar el parecido en la corteza del enorme sauce. Incluso les mostró la cara de una llama andina.
Avanzamos aproximadamente unos cincuenta kilómetros cuando finalmente llegó la hora de desembarcar. Era otro pueblo del que no conocíamos su nombre, luego averiguamos que se trataba de Manaus. donde finalmente pudimos comprar un boleto de avión al Perú.